Orientacion Familiar

 

Orientación familiar

Los maestros orientadores son poseedores del sacerdocio y son llamados para ayudar a los líderes del sacerdocio a velar por los miembros de la rama y a fortalecerlos. Los varones que poseen el Sacerdocio de Melquisedec y el Sacerdocio de Aarón, con excepción de los diáconos, pueden prestar servicio como maestros orientadores.

 

Los maestros orientadores deben visitar a los miembros regularmente, mostrarles amor, enseñarles el Evangelio e invitarles a venir a Cristo. Los maestros orientadores deben alentar a los padres a orar y a cuidar de sus familias de manera apropiada. Deben ayudar a los miembros en épocas de enfermedad, de pérdida de seres queridos, de soledad, de desempleo, y en épocas en las que tengan otras necesidades especiales. (Véase D. y C. 20:51, 53, 59.)

 

Los maestros orientadores representan al Señor, al presidente de la rama y al presidente del quórum cuando visitan a sus familias asignadas; se enteran de los intereses y las necesidades de los miembros de la familia y muestran un interés genuino por ellos. Bajo la inspiración del Espíritu, los maestros orientadores procuran enseñar el Evangelio, así como desarrollar y fortalecer la fe de las personas y miembros de las familias que visitan. Si es posible, todo maestro orientador debe tener un compañero.

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Los maestros orientadores:

 

• Permanecen en contacto permanente con cada miembro que se les haya asignado.

 

• Reconocen al padre como cabeza de familia (o a la madre o persona sola si no hay un padre en la casa) y le ayudan a guiar a los miembros de su familia en su camino hacia la inmortalidad y la vida eterna.

 

• Ayudan a los miembros a tener fe en Jesucristo compartiendo un mensaje de las Escrituras o de los profetas vivientes que se encuentran en el Mensaje de la Primera Presidencia, de la revista Liahona.

 

• Oran con las personas a quienes visitan y las bendicen.

 

• Informan a la familia de las reuniones, actividades y proyectos especiales de quórum y de rama, así como proyectos especiales, y les ayudan para que puedan participar en ellos.

 

• Informan al presidente de quórum de élderes (o al presidente de rama si ésta no tendría un quórum de élderes) en cuanto al progreso de los miembros.

 

• Alientan y ayudan a los miembros de la familia a recibir todas las ordenanzas esenciales del Evangelio y a guardar los convenios respectivos.

 

• Alientan a los miembros a trabajar en la obra misional y a servir en la obra del templo y de la historia familiar.

 

 

Las responsabilidades
de los maestros orientadores

por el Pte.marion G. Romney (1897-1988)

La orientación familiar ocupa un lugar bien definido en el programa del Señor para enseñar y animar a su pueblo a vivir el evangelio.
Conforme a la primera fase de enseñanza del Señor, El revela el evangelio a sus profetas. Mormón dice que Dios mismo y los ángeles enviados por El, declaran: “la palabra de Cristo a los vasos escogidos del Señor, para que den testimonio de él.
Y obrando de este modo, el Señor Dios prepara la senda para que el resto de los hombres tengan fe en Cristo, a fin de que el Espíritu Santo pueda tener cabida en sus corazones...”
(Moroni 7:31-32)
Siguiendo este procedimiento el Señor reveló el evangelio a Adán en la primera dispensación y al profeta José Smith en esta última. De la misma manera reveló el evangelio a los profetas en todas las otras dispensaciones entre la época de Adán y la del profeta José.
En la segunda fase de este programa de enseñanza, el Señor exhorta a los padres a enseñar el evangelio a sus hijos. A Adán le dijo: “...te doy el mandamiento de enseñar estas cosas sin reserva a tus hijos” (Moisés 6:58).
En todas las dispensaciones subsiguientes ha dado instrucciones similares. A principios de esta última, dijo:
“Y además, si hay padres que tengan hijos en Sión, o en cualquiera de sus estacas organizadas, y no les enseñen a comprender la doctrina del arrepentimiento, de la fe en Cristo, el Hijo del Dios viviente, del bautismo y del don del Espíritu Santo por la imposición de manos, cuando éstos tuvieren ocho años de edad, el pecado será sobre las cabezas de los padres.
Porque esta será una ley para los habitantes de Sión, o cualquiera en cualquiera de sus estacas que se hayan organizado.
Y también enseñarán a sus hijos a orar y a andar rectamente delante del Señor”
(DyC 68:25-26,28)
Más adelante recordó a algunos de los hermanos que continuaban bajo condenación porque no habían criado a sus hijos conforme a la “luz y la verdad” como El les había mandado que lo hicieran (Véase DyC 93:39-50).

En la tercera fase de este programa de enseñanza el Señor ha depositado la responsabilidad en su Iglesia. A fin de cumplir con esta responsabilidad, la Iglesia ha creado muchas organizaciones, instituciones y actividades; entre éstas se cuentan los quórumes del sacerdocio con sus reuniones, las reuniones sacramentales, la historia familiar y la obra del templo, el programa de bienestar y la obra misional, los institutos y seminarios de la Iglesia, las organizaciones auxiliares y las diversas actividades.

Entre los muchos programas y actividades anteriormente mencionados no se nombró la orientación familiar... ¿por qué? Porque debe mantenerse aparte en nuestro entendimiento y distinguirse claramente de todo lo demás.
La orientación familiar no está limitada a un principio del evangelio o una actividad determinadas de la Iglesia. Por mandato divino este programa apoya y sostiene todos los programas y actividades para enseñar el evangelio en el hogar y en la Iglesia.
¿Qué es entonces la orientación familiar? Cuando funciona debidamente, lleva a la casa de todo miembro de la Iglesia dos poseedores del sacerdocio divinamente comisionados, y llamados con autoridad al servicio por el correspondiente director del sacerdocio, así como por el obispo.
Estos maestros orientadores --poseedores del sacerdocio-- llevan sobre sí la pesada y gloriosa responsabilidad de representar al Señor Jesucristo en el acto de velar por el bienestar de todos los miembros de la Iglesia y de animarlos e inspirarlos en el cumplimiento de sus deberes, tanto para con su familia como para con la Iglesia.
Entre las responsabilidades específicas de los maestros orientadores podrían enumerarse las siguientes:
Primero y lo más importante, vivir de tal manera que siempre gocen de la inspiración del Espíritu Santo y actúen de acuerdo a ella en el cumplimiento de sus responsabilidades.
Segundo, animar e inspirar a todos los miembros de la Iglesia a hacer su parte en lograr mantener su hogar como verdaderos Santos de los Ultimos Días.
Esto significaría, entre otras cosas, que los padres sean sellados en el templo; que los hijos que no hayan nacido bajo el convenio sean sellados a sus padres; que los futuros matrimonios se efectúen en el templo; que se realicen regularmente las oraciones familiares por la mañana y por la noche, y que de la misma manera cada uno de los miembros de la familia diga sus oraciones personales; que se comprendan las demás normas y prácticas del evangelio; que se realicen regularmente las noches de hogar; que los niños sean bendecidos y bautizados en armonía con lo establecido en las revelaciones; que las ordenanzas del sacerdocio se merezcan y se obtengan en el tiempo oportuno; que los poseedores del sacerdocio asistan a las reuniones de sacerdocio; que se asista regularmente a la reunión sacramental y que todos los miembros participen en las organizaciones y actividades de la Iglesia para su desarrollo temporal y espiritual.
Los maestros orientadores responden con buena voluntad y sin reprimir el espíritu de amor, a las necesidades y deseos de las familias que les corresponden así como de cada uno de sus miembros; y responden del mismo modo al consejo de su obispo y de sus directores del sacerdocio.
Los maestros orientadores son divinamente comisionados, habiendo sido llamados al servicio por su líder de sacerdocio. Son guiados en este servicio por el programa de la orientación familiar presentado y dirigido por las Autoridades Generales de la Iglesia, bajo el consejo de la Primera Presidencia. Sin embargo, el servicio mismo y la responsabilidad de efectuarlo, no se originaron en la mente de ninguno de estos siervos del Señor; se originaron en la mente del Señor mismo y fueron revelados por El.
La responsabilidad de la orientación familiar es inherente al llamamiento de todo varón en el Sacerdocio de Melquisedec, y al de los oficios de maestro y presbítero en el Sacerdocio de Aarón.
Todo poseedor del sacerdocio, a fin de magnificar su llamamiento conforme al “juramento y al convenio que corresponden al sacerdocio”, está obligado a responder al llamamiento de la orientación familiar cuando oficialmente lo recibe. Así lo ha declarado el Señor mismo en las siguientes palabras en la Sección 20 de Doctrina y Convenios: “El deber de los élderes, presbíteros, maestros... de la Iglesia de Cristo: Un apóstol es un élder, y es suyo el llamamiento de... velar por la Iglesia” (versículos 38,42).
El deber del presbítero es... visitar la casa de todos los miembros, y exhortarlos a orar vocalmente, así como en secreto, y a cumplir con todos los deberes familiares.
En todos estos deberes el presbítero debe ayudar al élder, si es que el caso lo requiere”
(versículos 46-47,52).
Esta declaración, vale decir, que el presbítero ha de ayudar al élder a visitar la casa de todos los miembros, exhortándolos a orar y a cumplir con todos los deberes familiares, equivale a decir que estos requisitos están incluidos en la responsabilidad del élder de “velar por la Iglesia”, la que incluye también las responsabilidades específicas del maestro.
“El deber del maestro es velar siempre por los miembros de la Iglesia, y estar con ellos y fortalecerlos;
Y cuidar de que no haya iniquidad en la Iglesia, ni aspereza entre uno y otro, ni mentiras, ni difamaciones, ni calumnias;
Y ver que los miembros de la Iglesia se reúnan con frecuencia, y ver que todos cumplan con sus deberes”
(versículos 53-55).
El Señor debe de haber dado a los élderes (ancianos) de la Iglesia primitiva responsabilidades semejantes, porque Pedro escribió:
“Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria revelada:
Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros, cuidando de ella, no por fuerza, sino voluntariamente; no por ganancia deshonesta, sino con ánimo pronto;
no como teniendo señorío sobre los rebaños del Señor, sino siendo ejemplos de la grey.
Y cuando aparezca el Príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria”
(1 Pedro 5:1-4).
La orientación familiar no es sólo un mandamiento divino; es también universal, hasta donde concierne a los poseedores del Sacerdocio de Melquisedec así como a los maestros y presbíteros.
He buscado en vano en las escrituras una exención de la orientación familiar para cualquiera de los portadores del sacerdocio que regularmente son llamados al servicio.
En 1914, cuando el presidente Joseph F. Smith hacía gran hincapié en la orientación familiar, dijo en la conferencia de abril de ese año:
“Recientemente, hemos fijado la atención en el hecho de que algunos varones que han sido constantemente activos en la Iglesia --en verdad, algunos de ellos han nacido y crecido en la Iglesia, ocupando ahora cargos prominentes en algunos de los quórumes del sacerdocio-- al llamarlos los presidentes de rama u obispos del barrio en los cuales viven para visitar a los santos, enseñar los principios del evangelio y efectuar los deberes de los maestros, responden fríamente a sus obispos negándose a actuar como maestros.
El hermano Charles W. Penrose tiene ochenta y dos años de edad; yo voy a cumplir setenta y seis, y creo que soy mayor que muchos de estos buenos hombres que se han graduado en los deberes del sacerdocio menor, y quiero decirles, tanto a ellos como a vosotros, que nunca se es demasiado viejo para actuar como maestro si se es llamado para ello. Nunca ha habido una ocasión, ni nunca la habrá, en que aquellos que poseen el Sacerdocio en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días puedan decir en cuanto a sí mismos que ya han hecho bastante. En toda la vida, y de acuerdo a nuestra habilidad para hacer lo bueno, trabajar en la edificación de Sión y el beneficio de la familia humana, debemos aceptar con entusiasmo y buena voluntad el cumplimiento de nuestro deber, sea este pequeño o grande.” (Gospel Doctrine, página 188)
A fin de ilustrar cuán seria y literalmente tomaron esta asignación los hermanos en los primeros días de la Iglesia, citaré la siguiente declaración del élder William Cahoon, quien se unió a la Iglesia el 16 de octubre de 1830, precisamente seis meses y medio después que se recibió la revelación concerniente a la responsabilidad de la orientación familiar.
“Fui llamado y ordenado para actuar como maestro y visitar las familias de los santos. Todo anduvo muy bien hasta que me enteré de que estaba obligado a visitar al Profeta y su familia en el cargo de maestro. Casi sentí deseos de huir de mi deber. (Hasta cierto punto puedo entender los sentimientos de este joven, pues en mi juventud me asignaron como maestro para visitar el hogar del presidente Josepf F. Smith.)
Finalmente, llegué hasta la puerta de su casa y golpeé, y al cabo de un minuto el Profeta llegó a la puerta: Yo me quedé allí de pie, temblando, y le dije:
--Hermano José, he venido a visitarlo como maestro, si esto es oportuno para usted.
El me respondió:
--Hermano William, pase, adelante, me alegro de verlo; siéntese en esa silla y yo iré a llamar a mi familia.
Después que todos tomaron asiento, él me dijo:
--Hermano William, mi familia y yo estamos a sus órdenes --y sentándose, continuó-- Y ahora, hermano William, haga todas las preguntas que guste.
Al llegar a este punto habían cesado todos mis temores así como mis temblores, y pregunté:
--Hermano José, ¿Está usted tratando de vivir su religión?
El contestó afirmativamente; entonces proseguí:
--¿Ora usted con su familia?
--Sí.
--¿Les enseña usted los principios del evangelio?
El replicó:
--Sí, estoy tratando de hacerlo.
--¿Pide una bendición de alimentos?
--Sí.
--¿Está usted tratando de vivir en paz y armonía con toda su familia?
El replicó afirmativamente. Me volví entonces hacia la hermana Emma, su esposa, y le pregunté:
--Hermana Emma, ¿está usted tratando de vivir su religión? ¿Enseña a sus hijos a obedecer a sus padres? ¿Trata de enseñarles a orar?
Ella contestó afirmativamente a todas esas preguntas. Enseguida me dirigí a José y le dije:
--He terminado con mis preguntas como maestro y si ahora tiene usted algunas instrucciones que darme me sentiré feliz de recibirlas.
A esto, él me contestó:
--Dios lo bendiga, hermano William; y si es usted humilde y fiel, tendrá poder para vencer las dificultades que puedan presentársele en su cargo de maestro.
Después de esto, dejé mi bendición de despedida como maestro sobre él y su familia, y me fui.” (Juvenile Instructor, volumen 27, págs. 491-492)
Los presidentes de la Iglesia siempre han tomado seriamente la orientación familiar.
El presidente David O. McKay dijo: “La orientación familiar es una de las oportunidades más urgentes y más satisfactorias que tenemos para enseñar e inspirar, aconsejar y guiar a los hijos de nuestro Padre... es un servicio divino, un llamamiento divino. Es nuestro deber como Maestros Orientadores llevar el espíritu divino a todo hogar y todo corazón. Amar la obra y hacer lo mejor que se pueda brindará paz ilimitada, gozo y satisfacción al noble y dedicado maestro de los hijos de Dios.”
Considero que ha llegado el momento en que todo poseedor del sacerdocio debe ponerse la armadura de Cristo con respecto a la orientación familiar, mantenerse como un hombre de Dios y cumplir con su deber visitando la casa de todos los miembros de la Iglesia confiados a su cuidado, tan frecuentemente como sea necesario, animándolos e inspirándolos a llevar la vida que el Señor quiere que vivan.
Si queremos rendir este servicio como para recibir del Maestro las palabras: “Bien hecho, buen siervo y fiel”, debemos efectuarlo no sólo como un deber, sino con el verdadero espíritu de nuestro amado Salvador, el de un dedicado amor y verdadero interés por la vida eterna de unos y otros.
 
Mensaje publicado en la Liahona de octubre de 1973, págs. 10-13